Carta a Andreas Faber-Kaiser

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Querido Andreas:

¿Dónde estás ahora?…

Eran las nueve de la noche de un triste lunes 14 de Marzo cuando decidiste emprender la más arriesgada aventura, el más largo viaje. ¿Hacia dónde?… Se me han quedado atrapadas en la garganta tantas preguntas que hacerte…

Apenas un par de semanas antes de tu último viaje estuvimos juntos, ¿te acuerdas?. Sergi y Mónica, dignos retoños, eran las muletas de un cuerpo enfermo, pero tus ojos seguían delatando el mismo espíritu invencible. Incluso me permití alegrar mi imaginación proponiéndote una aventura juntos. ¡Iluso de mí! Regocijaba mi ambición de saber, imaginando un viaje contigo en busca de viejos misterios. Un viaje iniciático en el que intentar aprender más de ti. Pero decidiste emprender un viaje más largo, solo.

No hablabas demasiado, y si es cierto que “quien habla no sabe… “, intuyo que tú sabías, aunque ya nunca sabré cuánto.

Sin embargo, jamás te vanagloriaste de tu conocimiento. Nunca te oí minimizar otra opinión, no te enzarzaste en discusiones apostólicas para defender ninguna causa. Ni siquiera era fácil sacarte una opinión definida.

Por lo que yo recuerdo, tus respuestas (si pueden llamarse así), eran sutiles insinuaciones que, como semillas arrojadas al campo, germinarían en el espíritu del buscador que las abonase con la misma integridad y audacia con que tú las habías regado.

Me produce rabia la impotencia de no haber podido pedirte más semillas. Me enfurece el maldito egoísmo de sentirme engañado por el destino. Te has marchado demasiado pronto. Me quedan demasiadas preguntas que hacerte.

No me bastan tus libros. No es suficiente volver a escuchar tu voz en tantas emisiones nocturnas. Eres tú quien nos hace falta.

Con prudente discreción pasaste entre tres generaciones de buscadores. Pero, en mi humilde opinión, somos los más jóvenes quienes más necesitamos de ti. No es fácil encontrar tu integridad, audacia y prudencia en este mundillo ¿sabes? Hay tantos hipócritas egocentristas que uno se siente ahogado entre montañas de discursos grandilocuentes que proclaman verdades trascendentales. Tú eres mucho más sencillo.

¿Nunca tuviste miedo? Supongo que sí. Sin embargo, sabías controlarlo con riendas de responsabilidad y terminabas contando las grandes verdades. Tal vez por eso ya no estés con nosotros. Y por eso no sé si maldecir tu valor o convertirlo en estandarte. Pero casi preferiría que estuvieras tú aquí para ayudarme a decidirlo.

¡Cuántas preguntas se amontonan en mis labios, Andreas! Ahora me arrepiento de haber perdido un solo minuto en charlas intrascendentes. Aunque supongo que gracias a esas charlas aprendí a respetarte y admirarte. Sin embargo, daría cualquier cosa por una hora más, sólo una hora en la que poder escucharte con atención y una vida para reflexionar esas palabras.

¡Mierda!, la vida es injusta. Maldito egoísmo el mío que me enfurece por no haberte conocido antes y mejor. Maldito egoísmo que me deja hambriento de respuestas. Maldito egoísmo que me hace impotente anta la pálida dama que te alejó de quienes te necesitaban aún más que yo.

Nunca aspiraste a líder, ni a gurú de multitudes, pero eran muchos los ojos jóvenes puestos en ti. Simbolizabas un tipo de hombre especial que no abunda en el misterio. Y tenías muchas cosas que decir todavía a los que llegamos detrás.

Supongo que el cruel destino nos ha condenado a repetir tus pasos, a vivir tus miedos, angustias y confusiones, si aspiramos a obtener tus respuestas; pero con seguridad muchos caeremos en el camino. Estoy seguro de que las telarañas de la ambición tejerán trampas mortales a los nuevos buscadores y no todos tendrán la nobleza de espíritu para romperlas. Tú nos habrías ayudado mucho.

Pero en el fondo, y esquivando por un momento mi maldito egoísmo y las lamentaciones de quienes te lloran, imagino que al fin has encontrado las últimas respuestas.

Supongo que ahora estarás explorando otros mundos desconocidos en la más fantástica aventura de tu vida.

Estás muerto, Andreas. Pero más allá de ese nombre y de ese trozo de carne, persiste un espíritu que ningún condenado virus puede matar. El espíritu del sincero buscador que viaja hacia su verdad, por encima de los mediocres hipócritas y miserables que pretenden poseer esa verdad antes de haber iniciado el viaje.

Sintiéndome estafado por mi suerte maldigo a ese virus, maldigo la fragilidad del cuerpo que encierra un gran espíritu, maldigo la limitación del tiempo y el espacio, maldigo tu herencia de papel que no sacia mi hambre, maldigo que no tengas imitadores digno, maldigo el secreto… ¿Qué otra cosa puedo hacer ahora?

Pese a todo, estés donde estés, si es que estás, lee en mi corazón. Lee en mi profundo agradecimiento por haber estrechado tu mano. Algo que nadie podrá robarme, ni siquiera mi recuerdo de tu cuerpo enfermo, es el sentimiento de que entre tanta inmundicia esotérica aún crecen flores de loto. Excepciones que confirman la regla. Gracias, Andreas, por haber abierto un camino, un camino con corazón.

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Fuente y texto original: Más Allá nº 66
Fecha: mayo 1994
Autor: Manuel Carballal




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